Cada vez pienso más que la Sociedad General de Autores funciona como la Iglesia de la Cienciología. Si eres rico y famoso, eres bienvenido, bien tratado y bien favorecido. Si no, mejor búscate buenos contactos.
No puedes descargarte archivos y compartirlos por Internet, al menos eso es lo que reivindican esta organización. En este sentido he empezado citando la sociedad de Pericles; pues establecido por el Gobierno de la época, todos los ciudadanos recibían un óbolo para sufragar el gasto del teatro. Se suponía que el acceso a la cultura debía ser libre y generalizado. El teatro funcionaba de catársis y la música se compartía a todos. Hoy día no. Inexplicable. Avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo.
Según la legislación vigente en España, puedes descargar el single de tu grupo favorito, invitar a tus amigos a tu casa para que las escucheis pero cuidado con llevártelo al chiringuito y ponerlo para que lo escuchen. Terrible. Es otra de esas incoherencias. Del mismo modo que pagamos un canon digital en orden de ayudar a los artistas socios de la SGAE que puedan sufrir con la "pirateria", por parte de esta sociedad se pide la prohibición de las descargas. Exempli gratia, yo pago más por si me descargo Marinero de luces de Isabel Pantoja pero al mismo tiempo me prohiben que me lo descargue. ¿Quién roba más? ¿Debo ser el ladrón robado?
Una de cal y una de arena. En parte también nos lo merecemos. España, país de la picaresca, donde muchos aprovechan becas de manera dudosa, reciben subsidios inmerecidos y "se lo llevan" desde los ayuntamientos, no tiene el justo derecho a quejarse. Numerosos han sido los grupos que han optado por colgar sus CD's en sus websites y a cambio piden un donativo. Uno de ellos se sumo a esta lista. Al final del año hicieron un recuento. De todos los países del mundo, el que menos donó proporcionalmente fue España. Es grotesco.
Tal vez, tengamos que mirar atrás y repasar en qué nos equivocamos para llegar a esta situación. Algún día llegará el término de muchas de nuestras ventajas del Estado del bienestar por nuestra culpa y todavía se alzarán voces airadas.
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