Califican de buena o mala cultura sin otro criterio más que el suyo propio. No comprenden que los conceptos son tan relativos como el mismo universo. Nada permanece y todo cambia. Lo aceptado hoy será lo rechazado mañana. El dios de la antigua religión será el el demonio de la nueva. La anormalidad en el pasado será normalidad en el futuro. Por ello no se debe hacer proselitismo de la cultura.
Disponiéndolo todo en mismos niveles si sólo lo aceptado por "bueno", es decir lo que educa y moviliza la razón más pura, o más puta -según se vea-, sólo podrían opinar de buena o mala televisión aquellos que tuvieran una gran cultura. Serían aquellos que cada noche se reunen con Heidegger, Dickens, Rubén Darío o Emilia Pardo Bazán. Sin embargo, muchos no lo son. Colocan a los medios de comunicación, la vida pública y cualquier otra exigencia no a cumplir una serie de funciones educativas, sino a trabajar como rancios pensadores con un humor, un ingenio, una firma que sólo a ellos les agrade. Se preocupan más por la cultura de los demás que por la suya propia. No son un público leído y no obstante demandan unos hechos intelectualizados.
Se jalean unos a otros recordándose la seriedad del mundo. Como los peregrinos de Hawthorne ponen una letra escarlata en todo aquello que no es de su agrado. El esparcimiento, la diversión e incluso la vulgaridad son tan cultura -sí, uso un sustantivo como un adjetivo- como lo es un sesudo ensayo de un rancio pensador de chaqueta apolillada y rizado bigote. Esta nueva banda, mucho peor que cualquier grupo callejero, de "pensadores liberados", que sólo ellos parecen haber abierto los ojos como si el mundo en el que vivieran se tratara de una Matrix que oculta la verdad, no son más que un puñado de gente redicha que deberían comprender que a pesar de todo las mayorías son las que imponen las normas. Negarlo es caer en un estado de represión.
Si nos ponemos puristas, sólo las zebras podrán hablar de zoología.
-Miguel de Unamuno-